sábado, 19 de julio de 2014

El caballo criollo



Por Francisco Solano Giménez
(Sauce de Luna, Entre Ríos)


Los españoles introdujeron en el actual territorio argentino, los primeros yeguarizos, los que con el paso del tiempo y las aguadas y buenas pasturas naturales, se reprodujeron rápidamente multiplicándose por miles. Luego, como todos sabemos, los padrillos o sea los machos adultos, se apartaron cada uno con un lote o tropilla de hembras, a las que las ganaban peleando con otros machos. El que ganaba la pelea se llevaba la manada y así sucesivamente se fueron haciendo distintas manadas o tropillas. Luego, como habían demasiados en la provincia de Buenos Aires, se comenzaron a expandir a otras provincias, cruzando el río y así surgieron nuestros caballos en Entre Ríos.

Los aborígenes primero sólo los comían, luego vieron de a caballo a los españoles y que les ganaban las guerras a los aborígenes de a pie. Se dieron cuenta que montados a caballo sería una guerra pareja y con posibilidades de vencer a los extranjeros invasores de sus tierras, porque ellos, los aborígenes, eran dueños de la tierra. Pero tropezaron con que, como ellos habían nacido y crecido a pie, se les hizo difícil amansar potros, ya que los boleaban, los tenían entre varios, pero cuando montaban y en pelo, más demoraban en soltarlo que en caer a tierra y les fue al principio imposible domesticar a los equinos. Fue entonces que utilizando su astucia los aborígenes o indios subieron arriba de las copas de los árboles que había en las orillas de los arroyos o ríos; echaban entonces las caballadas arreándolas de a pie entre todos y las hacían tirar al agua. Y allí desde arriba de los árboles, los indígenas saltaban sobre los potros impidiéndoles entre todos que salieran del agua, y como todos sabemos que el animal yeguarizo dentro del agua no corcovea dado a que con sus patas tiene que nadar, allí rigoreaban al potro hasta que no bellaqueaba más. Entonces lo dejaban salir del agua tomándolo entre muchos y atándole guascas y sujetándolo a un árbol. Así comenzó la doma de potros de los indios porque no sabían andar a caballo. Al poco tiempo se hicieron diestros jinetes, tal fue que después fueron más jinetes que el español y el criollo. Manejaron y adiestraron también al montado que, guerrero de a caballo, era poco menos que invencible, y como manejaban tan eficazmente las boleadoras y lanzas, les ganaban las batallas a sus enemigos.

Con el paso del tiempo, el caballo ya amansado, de andar, se lo llamó "montado" o "flete". Esta última palabra que parece tan criolla, viene de voz marina, viene de "flota", ya que los conquistadores a sus carabelas les llamaron "flota" o "flotas". Fue entonces que a su medio de movilidad por tierra le llamaron "flete", de allí hasta nuestros días, le decimos "fletes" a los yeguarizos montados de andar. Así arraigado al criollo con los años, y por ser masculino su nombre, se lo llamó FLETE, y el gaucho suele decir "voy a montar a mi flete", refiriéndose a su montado.


Flete criollo y genuino
en todo fuiste un ejemplo,
se te debe un monumento
en cada pueblo argentino;
has cumplido tu destino
con valor y lealtad,
nos diste la libertad
en todo este continente;
y hoy te prohíbe en la ciudad
la ingratitud de la gente.


Flete indio, que en malones
arrasaste las ciudades
no te pararon zanjones
dejando ranchos quemados,
caracoleando cargado,
prendas y chinas en ancas
en alocada carrera;
fuiste una furia en la Pampa
en la huída malonera.


Voy a evocarte mi flete
durante toda mi vida,
el indio fue gran jinete
y en ancas robó cautivas.
Desde la civilización
a las mismas tolderías
la mujer blanca sufría
el maltrato de las chinas
Cafulcurá cabalgaría
desde Chile a la Argentina.


Caballo criollo en las yerras
enlazando novilladas,
amalhaya tu suerte perra
siempre andás a las cinchadas;
al tranco lento en tropeadas
o en el tropel del malón.
Si sos puro corazón
a tu amo fiel y sincero
por ver grande mi Nación
libre la hiciste primero.


En yerras de rinconadas
había que andar bien montado,
pa' correr un rezagado
apartao de la manada;
gente campera acostumbrada
a no errar tiro de lazo
y no saber del fracaso
si bien montado se encuentra
y siempre saldrá del paso
si en el desierto se adentra.


Yo conocí en este pago
fletes de no creer,
eran como un halago
de atropellar y correr,
se sentía un gran placer
el pegar una pechada,
al toro más cabortero
pegársele a la paleta
o esquivar una cornada
haciéndole una gambeta.


Yo he visto caballos flores
bien domados en la boca
en rodeos hacer primores,
obedeciendo a quien lo toca
sentándose en los garrones.
Yo vi correr cimarrones,
bolearlos bajo el pescuezo
juntándoles las dos manos;
muy camperos los paisanos
a pesar de este progreso.


Yo vi correr en los montes
a toda velocidad
y galopar sin aprontes
en la inmensa oscuridad,
pelar el freno ahí nomás,
tirarse y cruzar un río
nadando como el que más
bandear Gualeguay crecido.
Eran gauchos por demás
de mis pagos de Entre Ríos.

Fuente:
Revista "Cuando el Pago se hace Canto" - Edición Nro. 31. Pags. 57-58. Año 2011. Publicación anual de la Fiesta Provincial "Cuando el Pago se hace Canto", La Paz, Entre Ríos.

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